En el Evangelio de este domingo, el catequista Jorge Mejías de la zona norte de Santiago destaca tres aspectos que resuenan en nuestros corazones. Desde la celebración histórica en torno a la liberación del pueblo judío hasta el celo de Jesús al expulsar a los mercaderes del templo, la reflexión nos lleva a cuestionar la manera en que entendemos y vivimos nuestra relación con Dios.

El contexto histórico nos transporta a la cercanía de la Pascua, un momento de celebración por la liberación del pueblo judío y su pacto de pertenencia a Dios. El templo, con el Arca de la Alianza, representaba la memoria histórica del pueblo, un lugar donde ricos y pobres se congregaban para entregar dones a Dios. Sin embargo, con el tiempo, esta práctica se desvirtuó, convirtiéndose casi en una negociación o compra de misericordia.

Jesús, con su celo, expulsa a los mercaderes del templo, recordándonos la importancia del respeto y la reverencia hacia este lugar sagrado. “La casa de mi Padre”, como la llama Jesús, no es solo un sitio de culto, sino un símbolo de la divinidad. Los interrogantes sobre qué signos puede demostrar para actuar de esa manera llevan a la declaración de Jesús: “De arriba de este templo y en tres días lo levantaré”.

Este último aspecto nos lleva a la reflexión más profunda: nosotros, como cristianos, somos el verdadero templo de Dios en este mundo. Jesús nos recuerda que no se trata de una construcción humana, sino de nuestro propio ser. Así, la lectura nos llama a reflexionar sobre nuestra vida, nuestro compromiso con Dios y cómo podemos purificar nuestros corazones para seguir el ejemplo de Jesús, quien con fortaleza y amor nos enseña el verdadero camino a la comunión. Amén.